Por Rafael Morla
En la tradición intelectual de Occidente, es al filósofo español José Ortega y Gasset,
a quien le cabe el mérito de tener ideas claras y distintas, en torno al tema
de las generaciones y su importancia en la vida social, cultural y política de
las sociedades.
Una generación es un grupo de personas, que además de contemporáneos, son coetáneos, es decir, viven el mismo momento de sus vidas, reaccionan idénticamente frente a los eventos, y su alma está construida de ideas, valores y creencias del mismo entramado social. En ocasiones conforman un grupo, a su vez, amigos entre sí, lo que facilita cualquier proyecto común de desarrollo y cualificación del entorno.
Lúdicamente se dice que 20 años no son nada, pero el filósofo
mencionado piensa que son suficientes, para marcar el paso entre una generación
y otra. “La articulación de tres generaciones en todo presente produce el
cambio de los tiempos” (Ortega y Gasset). Los tres grandes acontecimientos protagonizados
por el pueblo dominicano, a saber: La independencia dominicana de 1844, La
restauración de la República Dominicana de 1863 y La Guerra de abril de 1965
fueron dirigidos por personas en la plenitud de su existencia física y mental,
además, tenían el mismo fondo común de verdades e idéntica actitud frente a los
eventos importantes de la vida social.
El Movimiento Renovador, el acontecimiento de mayor
trascendencia en la historia de la UASD, fue obra de hombres y mujeres de la
misma generación, que venían actuando en común desde las postrimerías del
régimen de Trujillo, y que luego de su caída, como en la persecución de los
remanentes y en abril de 1965, siguieron viéndose la cara. Es decir, cuando se
tomó la decisión de darle curso, dirección y sentido a la obra renovadora, al
mirar sus rostros, se dieron cuenta de que eran fichas conocidas, que venían de
las mismas trincheras, combatían enemigos semejantes y los alentaban iguales
esperanzas de redención y desarrollo humano.
Se espera que los jóvenes sean agentes
del cambio, por tener sangre fresca, y un aparente porvenir, lleno de ilusiones
e ideales que presagian la nueva vida. Quien no es revolucionario antes de los
treinta, está condenado a una vejez prematura, y a una vida des-proyectada, se
solía decir durante los años 60-70, que dicho sea de paso, fueron las décadas
de oro de la utopía social dominicana. Querer cambiar las cosas en beneficio de
todos, aspirar a desplazar lo viejo por lo nuevo, porque se resiste al cambio,
y arriesgar el pellejo, por lo que se creía correcto, constituyeron tópicos que
orientaron y poblaron el mundo ideal de la juventud de aquellos años.
Toda una generación
de hombres y mujeres se abrasaron a la causa del el antiimperialismo y el socialismo,
pero el mundo cambió, y al hacerlo cambiaron también las cosas y procesos que
lo constituyen, a saber: el tipo de hombre, las generaciones y los ideales.
Está claro, no hay razones para esperar que los jóvenes de hoy, actúen como los
de ayer, porque son frutos de circunstancias diferentes y aspiraciones
distintas.
La década del
ochenta, perdida de tantas maneras, fue dura para mi generación, pues, sentimos
que el mundo ilusionado y pensado, ya no era posible, cundió el pánico, y muchos
terminaron por recogerse. Apenas, comenzamos a reponernos de aquella terrible
caída que constituyó el muro de Berlín. Pero los jóvenes de hoy no vivieron
eso, ni cargan con frustración en
relación con ese tema. Su problema es otro: tiene que ver con el
bienestar, el empleo y disfrute
hedonista de la vida presente. Por fuerza, las dos generaciones que están en
centro de la vida social de hoy (hombres y mujeres de 25 a 60 años), carecen de
antenas utópicas, habitan el mundo de la opinión y pululan en la epidermis de
los eventos sociales.
La
Universidad Autónoma de Santo Domingo, que trascendió ayer (cómplice, madre
acogedora de buenas causas), hoy,
desliza su vida en la intrascendencia, el conservadurismo, el miedo y el
silencio. Es el ejemplo de un organismo social, que después de haber querido
tomar el cielo por asalto, cae en la indiferencia y en reconciliación pasmosa
con las circunstancias. Pero no es ella, son las generaciones que gobiernan su vida, las
que la han convertido en una mole de cemento, que no ve, oye, ni entiende. Las instituciones son lo que los
humanos hacen de ellas, si somos grandes, ellas también lo serán, si somos
transparentes, esa virtud irrigará positivamente los espacios sociales donde
estemos.
Finalmente
pregunto, ¿hay esperanza? Sí la hay, y la cifro en lo mejor y más decidido de
las tres generaciones que conforman la institución. A ellas apelo, para que
pensemos la UASD, inventemos nuevas ideas, sentimientos y prácticas que la
renueven, y abran cause definitivo, hacia la nueva vida académica, institucional
y ética.
El autor es
candidato a la rectoría la UASD, ex
decano de la Facultad de Humanidades y ex director de la Escuela de Filosofía.
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